Rabia by Richard Bachman

Rabia by Richard Bachman

autor:Richard Bachman [Bachman, Richard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1977-09-06T00:00:00+00:00


22

Yo tenía doce años cuando mi madre me compró el traje de pana. Para entonces papá ya me había dejado por imposible, y mi existencia era responsabilidad exclusiva de mi madre. Acudía a la iglesia los domingos y a las lecturas bíblicas los jueves por la tarde con el traje y una de mis tres pajaritas con cierre automático. Absolutamente a la antigua. Sin embargo jamás habría pensado que me obligaría a ponérmelo para asistir a aquella maldita fiesta de cumpleaños. Intenté todo. Razoné con ella, amenacé con no ir, incluso le mentí diciendo que la fiesta se había anulado porque Carol tenía la varicela. Una llamada a la madre de Carol aclaró que no era así. Nada dio resultado. Mamá me dejaba vestir como quisiera la mayor parte del tiempo, pero cuando se le metía una idea en la cabeza, no había manera de quitársela. Escuchad esto: un año, por Navidad, el hermano de mi padre le regaló un enorme rompecabezas rarísimo. Creo que tío Tom se había confabulado en eso con mi padre. Mamá realizaba muchos rompecabezas —yo la ayudaba—, y los dos hombres consideraban tal afición una pérdida de tiempo. Así pues, mi tío le envió un rompecabezas de quinientas piezas que tenía un único arándano en la esquina inferior derecha; el resto era blanco, sin más dibujos ni tonos de color. Mi padre se desternilló de risa al verlo. «Vamos a ver si eres capaz de hacer éste, madre», dijo. Siempre la llamaba «madre» cuando creía que le había hecho una buena jugada, y ella siempre se enfadaba. El día de Navidad por la tarde, mamá se sentó y volcó las piezas en la mesa de su dormitorio (para entonces, dormían en habitaciones separadas). Los días 26 y 27 de diciembre, papá y yo tomamos comidas preparadas para almorzar y cenar, y en la mañana del 28 el rompecabezas estaba terminado. Mamá le sacó una fotografía Polaroid para enviarla a tío Tom, que vive en Wisconsin. Luego recogió el rompecabezas y lo guardó en la buhardilla. Eso fue hace dos años, y por lo que sé todavía sigue allí. Mi madre era una persona agradable, culta y con buen sentido del humor. Trata bien a los animales y los mendigos que tocan el acordeón, pero no la incordies, o te lanzará una coz… generalmente dirigida a la entrepierna.

Yo empezaba a irritarla. De hecho le repetí mis argumentos por cuarta vez, pero poco podía hacer ya. La pajarita me rodeaba ya el cuello de la camisa como una araña rosa con patas de metal ocultas, la americana me quedaba demasiado estrecha, y mamá me había obligado a ponerme los zapatos de punta redondeada, que eran los de lucir el domingo. Mi padre no estaba; había ido al bar de Gogan para recordar viejos tiempos con algunos amigos; de haberse encontrado en casa, habría dicho que mi aspecto era de «perfecto orden de revista». Yo no quería pasar por idiota.

—Escucha, mamá…

—No quiero oír una palabra más, Charlie.

Yo tampoco quería oír una palabra más, pero era yo quien se jugaba el título de Huevón del Año, no ella.



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